El
terror es la forma común de lo sublime; ya que implica dominio de una fuerza
superior en sentido absoluto, ante la cual el individuo está perdido. “Este
aspecto llamativo del hombre a quien Homero supone que ha escapado de un
peligro inminente, la pasión mezcla de terror y sorpresa que afecta a los
espectadores, acentúa fuertemente la forma en que nos encontramos afectados en
ocasiones de cualquier forma similar”[1].
Lo sublime es como un temor
controlado que atrae al alma, él cual está presente en cualidades como la
inmensidad, el infinito, el vacío, la soledad, el silencio. El terror es lo sublime como asombro sin
peligro, el placer como sentimiento que proviene de experiencias como la
oscuridad, el infinito, la tormenta, el terror.
No hay pasión tan eficazmente que robe a la mente de todos
sus poderes de actuación y razonamiento como el miedo. El miedo es una
aprehensión del dolor o la muerte, que opera de manera similar el dolor real.
Lo que es terrible por lo tanto, con respecto a la vista, es sublime también,
si esta causa de terror es dotada de grandeza de las dimensiones o no, porque
es imposible mirar en algo tan insignificante o despreciable, que puede ser
peligroso[2].
Lo terrible es causa de miedo y
espanto se presenta como lo imperfecto, como lo excesivo, casi siempre es
monstruoso. “De hecho, el terror es en todos los casos que sea, ya sea de
manera más abierta o latente, el principio rector de lo sublime”[3].
Lo sublime es el efecto de
atracción-repulsión que produce un objeto. “Todo lo que está dado para excitar
las ideas de dolor y peligro, es decir, lo que es de algún modo terrible y
versa sobre objetos terribles u obra de manera similar al terror, es una fuente
de lo sublime, es decir, produce la emoción más fuerte que la mente es capaz de
sentir”[4].
Pues despierta los sentimientos de miedo, vértigo, vacío e infinitud en el
sujeto.
Otra clase de placer ligado a una
pasión más intensa que la satisfacción es el dolor y la cercanía de la muerte
que afecta el alma.
El dolor actúa más fuerte que el placer, así en general, la
muerte es una idea que afecta mucho más que el dolor; porque hay muy pocos
dolores que no son preferido a la muerte; lo que hace que el dolor, si me
permite decirlo así, sea más doloroso es que se considera a éste un emisario de
aquella reina del terror. Cuando el peligro o el dolor presionan demasiado
cerca son incapaces de causar cualquier placer y son simplemente terribles;
pero a cierta distancia y con algunas modificaciones, pueden ser y son,
encantadoras, como lo experimentamos todos los días[5].
El deleite que proviene del terror de
lo sublime se distingue del puro pavor y del placer positivo. Del pavor porque
supone una distancia con respecto a éste, y un cierto estar resguardado ante los
poderes, las dimensiones o espacios que perturban los sentidos y el ánimo.
Proviene del placer positivo porque éste
lo causa y porque la naturaleza del deleite es diferente. Junto al terror está
el asombro, que determina la suspensión de todos los movimientos del alma en la
forma de un terror. “La pasión causada por lo grande y lo sublime en la
naturaleza… es el asombro; y el asombro es aquel estado del alma, en el que
todos sus movimientos se suspenden con cierto grado de horror”[6].
El terror en lo sublime está
vinculado a la conciencia de la desproporción que se da entre los poderes
telúricos y cósmicos y la frágil presencia de lo humano, en un mundo apartado
del centro y destinado a la ruina.
“La mente está tan llena de su objeto, que no puede reparar
en ninguno más, ni en consecuencia razonar sobre el objeto que la absorbe. De
ahí nace el gran poder de lo sublime, que, lejos de ser producido por nuestros
razonamientos, los anticipa y nos arrebata mediante una fuerza irresistible. El
asombro, como he dicho, es el efecto de lo sublime en su grado más alto”[7].
Los terrores están vinculados a
privaciones: privación de la luz, terror a las tinieblas; privación del
prójimo, terror a la soledad; privación del lenguaje, terror al silencio:
privación de los objetos, terror al vacío; privación de la vida, terror a la
muerte. Lo que aterroriza, señala
La oscuridad es necesariamente algo muy terrible… la noche considerada
como enorme se agrega a nuestro temor, en todos los casos peligro, y en la
medida que las nociones de fantasmas y duendes, de los cuales ninguno puede
formarse ideas claras que afecta a las mentes que dan crédito a los cuentos
populares sobre tal tipo de seres[8].
En la naturaleza, las imágenes
oscuras, confusas, inciertas tienen un gran poder sobre la fantasía para formar
grandes pasiones, que aquellas que son claras y definidas. Por ello, los
edificios calculados para producir una idea de lo sublime son más bien oscuros
y sombríos[9].
Este terror sublime no se puede
mostrar, porque se oculta dejando tras de sí el silencio y el terror. La
imaginación se ve arrastrada a un estado de horror, hacia lo oscuro, incierto y
confuso. Este horror implica un placer estético obtenido de la conciencia de
que esa percepción es una ficción.
Tanto una luz demasiado intensa como
la total ausencia de luz son sublimes, en el sentido de que pueden nublar la
visión del objeto. Sin embargo, “una gran claridad, ayuda poco a afectar las
pasiones, ya que es en cierto modo un enemigo de todos los entusiasmos.”[10].
La oscuridad, la incertidumbre, la
eternidad, causan una impresión más sublime precisamente porque guardan en sí el objeto del temor. El
sentimiento de lo sublime sobrepasa limitaciones de lo terrorífico, lo
desmesurado, lo irracional y caótico. El terror está unido a la grandeza, a la
magnificencia, al infinito, y, sobre todo, al poder. Este último extrae toda la
sublimidad del terror que generalmente le acompaña.
[1]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 32.
[2]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 49.
[3]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, pp. 50.
[4]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 35.
[5]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 36.
[6]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 49.
[7]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 49.
[8]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 50.
[9]
Cfr. Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard
Classics, 1956, p. 68.
[10]
Edmund Burke. Of the Sublime and Beautiful, New York, The Harvard Classics,
1956, p. 51.
Gracias por la publicación, está excelente
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